Detrás de cada queso Maíta hay algo más que leche, tiempo y tradición. Hay una historia real, profunda y hermosa: la de una mujer que supo dar vida con sus manos y su corazón. Maíta fue comadrona en su pueblo durante décadas. Ayudó a nacer a más de mil niños, siempre con una sonrisa, una palabra de consuelo y una fortaleza que muchos aún recuerdan con emoción.
Su casa siempre estaba abierta. Su cocina olía a infusión de tomillo, a pan recién hecho, a conversación lenta. Tenía el don de escuchar, de curar con una caricia, de transmitir calma incluso en los momentos más difíciles. Y tenía también una habilidad especial para hacer que todos se sintieran en familia.
Maíta no era solo una comadrona. Era una madre para muchos, una abuela para todos. Su forma de vivir inspiró a quienes hoy elaboramos estos quesos. Porque entendimos que no se trataba solo de ayudar a nacer, sino de cuidar, nutrir y dar sentido a lo que hacemos.
Por eso, cuando decidimos crear Quesos Maíta, no buscamos un nombre comercial: buscamos un homenaje. Cada pieza que elaboramos quiere ser un pequeño tributo a esa mujer que marcó la vida de tantos, con su entrega, su sencillez y su amor por los demás.
Así como ella recibía a cada recién nacido con ternura, nosotros recibimos a cada queso con cuidado y dedicación. No queremos ser una marca más. Queremos ser una marca con alma.
Una marca que no olvida de dónde viene.